Alguien me contó la historia de una mujer que siempre había soñado vivir en un edificio con vistas al mar. Sin embargo, cuando finalmente lo consiguió se dio cuenta de que unas obras constructivas y sus miles de grúas tapaban toda la visual de la costa y claro que tuvo miedo de nunca lograr su sueño, pero decidió pensar que aquello sería algo temporal y concentrarse en disfrutar su nuevo hogar. Sus amigos la llamaban, encolerizados, culpando al vendedor de la casa, a la constructora, al destino… ella, mientras tanto, tranquila, no desesperaba, “aun podía oler el agua salada en sus vaivenes”, respondía cada vez que terminaban de darle aquellos discursos. Uno de esos días se acostó pensando una forma de resolver aquello y a la mañana siguiente rebuscó entre sus cajas y encontró unos botes de pintura. Con ellos decoró las ventanas de azul, y dibujó en los cristales el mar. Mientras duraran las obras ella se dedicaría a imaginar las olas, a mirar la ventana que le recordaba lo que tanto había anhelado y a abrir su nariz para respirar porque, a fin de cuentas, respirar ya era en sí, una verdadera maravilla.
El medio influye, pero no determina el curso de los acontecimientos, como muestra la historia anterior. Lo aprendimos desde pequeños: somos seres sociales mediadores entre la estructura individual y la social, por tanto, no podemos vivir ajenos a lo que acontece, pero, cuánto dejaremos que nos condicionen estos factores, es una decisión que todos debemos tomar.
Las cosas no se perciben necesariamente como son, las percibimos en función de cómo somos nosotros. En relación a esto alguien dijo…” la vida de un hombre es lo que su pensamiento hace con él” ….
Existe una realidad, un contexto, un espacio donde interactuamos, pero somos nosotros quienes lo divisamos bien, de forma caótica o lleno de posibilidades. Recordemos lo que decía Sartre (filósofo, escritor, dramaturgo y humanista francés) "Somos el resultado de lo que hacemos con aquello que hicieron con nosotros" y es que devenimos de una cultura muy centrada en el afuera, en los otros, en lo material y en las tenencias. Y todo esto ha determinado que afrontemos la vida cotidiana desde una pirámide invertida donde el sujeto piensa primero en el tener (dinero, bienes, recursos, estatus, poder) para luego hacer (negocio, proyectos…) y luego entonces creer que ya son, cuando lo primero es ser: base fundamental donde se encuentran nuestros valores, conocimiento, aptitudes y actitudes. Desde ahí y no desde lo exterior podríamos emprender el camino en busca del éxito, la felicidad y el bienestar.
En tiempos de caos las personas buscan desesperadamente aferrarse a algo. El pánico, la depresión y la desesperanza pueden azotar a muchos, en cambio, otros sienten en el caos un reto, un incentivo, una búsqueda de oportunidades. Estos mecanismos de afrontamiento tienen que ver mucho con el lugar desde donde miramos y qué tipo de observadores somos, parte de los modelos educativos y paradigmas en los que nos formamos.
En el primer modelo los sujetos se sumergen en la frustración, en un inmovilismo paralizador y que anula toda posibilidad; en el segundo grupo buscan alternativas que le permitan continuar: así encuentran en modelos de medicina natural posibilidades entre las que se destacan técnicas de meditación, relajación, ejercicios físicos, la música asistida o el arte como espacio para desarrollar su creatividad. Si todo esto no está sustentado en una mirada hacia nuestros valores como seres humanos, corremos el riesgo de quedar atrapados en un modelo que no va a la verdadera raíz: esas virtudes esenciales para nuestras vidas: la responsabilidad, el compromiso, la solidaridad, la honestidad, la empatía y la reconciliación entre otros. Ideales que nos pueden guiar en el camino al crecimiento, y en el necesario proceso de transformación a un ser mejor.
Es importante destacar que es necesario tener conciencia de que tenemos que amarnos a nosotros mismos, creer en nuestras posibilidades y reconocer nuestro lugar como personas para desde ahí poder atender las necesidades del otro y brindar un amor que no nos cobre factura con el tiempo.
Es curioso como algo tan claro y simple como lo expuesto es tan difícil de entender y más aún, de poner en práctica. Esto tiene una estrecha relación con los modelos educativos en los que hemos crecido: una cultura que nos propone centrar la atención en el afuera y en el otro y no en nosotros como sujetos.
¿Qué sucede entonces con nosotros cuando el afuera está en riesgo?
La respuesta es simple: nuestra vida se desestructura, se desestabilizan nuestros planes, tal parece que como un castillo de naipes todo cae, y aparece entonces la palabra “CRISIS”, pero no precisamente desde la perspectiva de Albert Einstein quien la definiera como:
“No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis, se supera así mismo sin quedar superado.
Quien atribuye a la crisis su fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más los problemas que las soluciones. La verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y las soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla”.
En estos momentos en que la humanidad vive una importante situación de salud a nivel global, que nos obliga a aislarnos como alternativa para conservar la vida, aprendamos del concepto de crisis de Albert Einstein.
Siempre estos momentos de caos existirán y eso no significa para nada que dentro de nuestras posibilidades no podamos dibujar la ventana que nos recuerda el paisaje que deseamos mirar, tal como lo hizo la protagonista de nuestra historia.
Aprendamos de esta experiencia, aprendamos a tomar nuestras riendas, no son las circunstancias las que nos hacen más o menos felices, somos nosotros los que debemos aprender a mirar diferente y encontrar caminos y oportunidades. Es momento para aprovechar los días, mirar hacia dentro y modificar nuestra filosofía de vida hacia una pirámide que nos ponga más en la base y menos al final de todo.
Seamos comprometidos y responsables con nosotros y de esta forma ayudándonos, ayudamos a otros. Encontremos un propósito, demos lo mejor viviendo de manera coherente en el presente y busquemos en el amor, la solidaridad y la ayuda el antídoto necesario.
El amor abre puertas, crea puentes y no deja espacio al odio, el rencor y la envidia que nos intoxican. La solidaridad nos permite practicar el servicio y la ayuda nos hace estar por encima de las diferencias.
Todos debemos saber que uno de los secretos más antiguos de la vida es aprender a vivir en el presente, encontrar en él capacidad de adaptación y afrontamiento, alternativas de disfrute y fuente para el bienestar.
La vida es un legado, aunque sepamos que no tiene color de rosa y que está llena de escollos y dificultades, el mayor del problema siempre será descubrir cómo enfrentarlos. Muchos viven en el pasado, otros soñando con el futuro y lo importante es centrarnos en el presente.
Los que quedan atrapados en su pasado son presos de la depresión, carecen de sueños y proyectos. Los que piensan en el futuro son los ansiosos que desean ir mas aprisa que el tiempo, mostrando ambas dificultades para gestionar sus emociones, controlar su comportamiento y ajustar sus pensamientos, ambos son por tanto, incoherentes. Solo los que se encuentran en el aquí y el ahora sin renunciar a sueños y proyectos y no sienten el pasado como carga sino como impulso, son los que están en posibilidad de gestionar con objetividad su vida.
La mayoría de las cosas terribles que imaginamos solo están en nuestra mente la mayoría o quizás ninguna sucede, nuestras acciones dependerán en gran medida de nuestros pensamientos, según nos programamos así actuamos, de ahí que si nos levantamos con pensamientos negativos, pesimistas, automáticamente nuestro cuerpo se hace cargo del asunto y el cortisol y sus aliados comenzarán a hacer sus efectos.
Intentemos mantener la calma de pensamiento y alma y en esto momentos en que vivimos una experiencia de crisis intentemos buscar alternativas, aprendamos a mirar más hacia dentro para mostrarnos mejor hacia afuera.
Seamos creativos, responsables congruentes, críticos y busquemos en el momento las mejores opciones. Este es sin dudas un gran mecanismo de afrontamiento. Convirtamos nuestro hogar en el espacio ideal, pintemos nuestras ventanas con aquello que queremos ver cada día. Hagamos ejercicio físico (libera estrés y favorece nuestra autoestima). Escuchemos música, recordemos que la música es sanadora. Tengamos pensamientos positivos, esto hace que nuestras emociones sean buenas. Tomemos aire lo más puro posible (ejercicios respiratorios que nos llenan de energía). Construyamos proyectos. Llamemos a los amigos. No descuidemos nuestra imagen, aunque estemos en casa. Disfrutemos de lo que nos rodea. Tomemos sol, abramos puertas y ventanas. Comamos en familia. Pensemos en cocinar de forma distinta.
Finalmente ocupémonos más del ser, que del tener y aprendamos a mirar desde otros lugares, pensemos en que existen otros paradigmas y que será nuestra actitud la que determine el color de nuestros cristales.